El niño, antes de caer nuevamente en el sueño, echa un bracito en torno al flaco cuello. La suavidad de la manita conmueve al viejo: -¡No te asustes, niño mío! ¿Qué crees, que me marcho dejandote aquí? ¿ Cómo se te ocurre semejante cosa? ¡Me enfado! ¿Cómo voy a dejarte? ¡ Volverían a encerrarte con tus miedos, ésos que se agarran muy dentro! Miedos de lo que no se