se, ha desactivado el timbre de la puerta y, cuando algún visitante obstinado golpea esta última con los nudillos, retiene el aliento, se hace el muerto, escucha con una sonrisa satisfecha el crujido del entarimado y las pisadas que se alejan por el pasillo, camino del ascensor. Si por desgracia da en la calle con algún pesado, se cala el sombrero, acelera el paso, finge no escuchar su llamada y si el pelmazo insiste, corre tras él, pronuncia