nosotras, en uno de los sillines plegables, mientras Juana se quedaba llorando en silencio, viendo cómo nos alejábamos. Yo observaba a Bene con curiosidad y con esa impertinencia que sólo los niños y algunos viejos se suelen permitir. Ella contemplaba con entusiasmo el árido paisaje que atravesábamos. Volvía la cabeza de un lado a otro como si cualquier detalle de aquel campo, ya en pleno otoño, la sorprendiera. Recuerdo que llevaba una caja de zapatos entre sus manos, y que