cada noche, despojada de toda compañía, después de dar la última vuelta por el salón, ordenar un pequeño desajuste, devolver a su sitio lo que ocasionalmente había sido desplazado, tenía que subir las escaleras, abrir la puerta, enfrentarse con la cama vacía, el cuarto vacío, el muro de silencios que la muerte había dejado como un rastro a su alrededor. Aquel encuentro con la ausencia física, aquella aceptación de la carencia definitiva, iba a conducirle cada