en sus miembros y en sus sienes afloraba el azul rebelde de sus venas, impreciso anticipo de la muerte. Miguel contemplaba el movimiento sosegado de la esponja y su madre sonreía con cansancio en los ojos y los labios. A veces canturreaba, débilmente secundada por la abuela, alguna de aquellas viejas cancioncillas en francés. Una mañana, mientras leía el periódico, Mercedes comentó que probablemente la iban a llamar para hacer un reportaje en un país africano que acababa de conseguir la independencia