decía qué bien huelen mis florecitas, qué colores tan bonitos. Muy pronto ella se cubrió con las sábanas y explicó que había que cuidarlas mucho. «Son muy delicadas. Si se enseñan demasiado pueden marchitarse.» El niño asintió, y la abuela señaló un cajón de la mesilla y le rogó que no se lo dijera a él, que nunca hablara de las flores al abuelo.