del papa y la virgen y observó vacilante el crucifijo. Miguel tuvo toda aquella noche el cuerpo empapado en sudor. Intentaba pensar en mil cosas para distraerse y no cesaba de ensayar diferentes posturas en la cama. Ya se había acostumbrado al rumor fatigado de su propia respiración cuando, de repente, escuchó junto a sí un sonido distinto y poderoso, el rumor de una respiración que no era la suya. Al abrir los ojos, descubrió la figura inmensa de un hombre