decía Miguel en sus horas de aburrimiento. Le dolían el cuello y la espalda de tanto estar tumbado y se sentía deseoso de explorar las zonas misteriosas de aquella casa inmensa. La noche que se decidió a pedir permiso al abuelo para abandonar la cama fue la más inadecuada que podía haber elegido. Aquella noche una sombra adusta nublaba su mirada. Fumó más de lo habitual y no quiso contarle ninguna historia de las suyas. Contestó secamente que era el médico y no él