que seguía por su cuenta alguna pista o más bien que prefería desentenderse con elegancia de algo que iba más allá de su imaginación, sin hablar de la de sus jefes. Comprendí que era inútil volver a hablarle, que podría acusarme de complicarle la vida con fantasías acaso paranoicas, sobre todo cuando me dijo golpeandome la espalda: «Usted está cansado, usted debería viajar.» Pero donde yo debería viajar es en el Anglo. Me sorprende un poco