siquiera. Pero ella no pudo advertir la concentración que yo le dedicaba, pues ya entonces estaba entregada a otro asunto que le interesaba mucho más. Y, sin embargo, aún tuvo valor para decir: --¡Qué bien se come aquí, con este aire tan bueno! A mí me estremeció escuchar una frase tan sana en un rostro sin vida como era en aquellos momentos el suyo. Pues otra vez se había vaciado su mirada y se había apoderado de ella un