que a mí nunca me habló del padre y no es del todo exacto --dijo Genoveva--. Datos, cosas concretas, sí me contaba, claro, pero no me habló de él como un ser a quien hubiera amado y admirado en su primera juventud o en su infancia... Genoveva parecía impaciente. Le urgía para que disipase la más ligera sombra y devolviera a su sitio las piezas de un paisaje que él había alterado. Porque existía un cuadro, una escena