. Todos los cerezos estaban en flor. Paseé a la orilla del Potomac y el aire estaba caliente, y el césped de los jardines, húmedo y tembloroso. Ahora mismo, en cuanto cierre esta carta, mi voluntad de hierro acabará con las incertidumbres: me pondré a trabajar. Un beso, Annick. II Los dos callaban. Habían pasado minutos, muchos, media hora, o quizá no llegara a la media hora. Quizá un cuarto de hora... En cualquier