barbaridad -y en urdirlas descollaba el viejo, cuando en invierno podía ir a la escuela- el nuevo maestro les insultaba hasta en dialecto y entonces sí que le entendían. Porque era de Trizzino, junto a Reggio, aunque lo ocultaba el muy cretino. El niño, claro, con tanta palabrería en ese italiano flojo, se duerme, como ahora. Entonces Andrea, muy satisfecha, se instala en su mesa, se parapeta tras sus libros, enciende su lámpara