se lo agradece aunque por supuesto no piensa ir, Brunettino se pilla ligeramente un dedito con la puerta de la alacena donde andaba enredando y lanza gritos desgarradores, le llevan otra vez al baño para refrescarle la magulladura con agua, le miman, le festejan... Las dos mujeres, aunque tan diferentes, se comprenden ya. Y ambas piensan en lo mismo: Andrea, en ese viejo capaz de resultar amenaza sexual para una muchacha y, también, de provocar tanta ternura