El amigo, perplejo, guardó en el cinturón la flauta y la navaja cerrada, cogió la bici y asintió: --Bueno, como tú quieras. Silenciosos y juntos pedalearon hacia la ciudad, y la tarde del domingo quedó atrás, truncada y hueca como las cañas cortadas en el río. David subió de prisa las escaleras. La madre estaba sola. Todavía el padre no había regresado de la tertulia del casino. Al verlo, la madre se asustó un poco