dio el sí. No debo de ser, como a veces mi conducta podría hacer pensar, un romántico impenitente, porque las aventuras sentimentales del viejo erudito, lejos de suscitar mi interés, me produjeron un sopor tan invencible que, recostando la nuca contra el respaldo de la silla me quedé profundamente dormido. Cuando desperté sobresaltado comprendí que me había perdido una parte sustancial del relato, ya que el atropellado narrador tenía los ojos arrasados en lágrimas y decía con vivo sentimiento: --