lo. "¡No hay nada!" grité. Tú te acercaste contrariado y, como si me reprendieras, dijiste: "Eso es un pensamiento tuyo. Busca donde el péndulo te señala." Incapaz de contradecirte, me agaché como una autómata. Nunca podré describir lo que ocurrió dentro de mí, y también en el exterior, pues todo cuanto me rodeaba parecía haberse transformado mientras me levantaba con la manecilla de oro entre mis dedos. Estaba allí,