de seda y, pidiendo disculpas, explicaba: --No puedo con el té sin azúcar, no puedo... El padre se solidarizaba con la debilidad del disconforme: --A mí me pasa con el café. Sin azúcar, no puedo. Y encima esa achicoria que nos dan en el Círculo... La tertulia estaba en marcha. Se sucedían las protestas, desgranadas cansinamente: Hasta cuándo el azúcar y el café... Hasta cuándo ese pan que los hambrientos vendían de estraperlo...