Recliné la cabeza en un macizo volumen de historia medieval y estaba a punto de caer en un profundo sueño cuando oí la voz de la Emilia que pretendía darme conversación desde sus mullidos sillones. --¿Duermes? --Lo intento, ¿qué quieres? --gruñí desabrido. --Estaba pensando que no entiendo a los hombres --dijo ella. --Si te sirve de consuelo, yo tampoco. --No es eso --repuso--- a lo que me refería. Y