en el vacío estaba, de percibir un coche aparcado cerca de allí, lo que me llevó a sospechar que no estaba yo siendo objeto de una chocarrería, sino víctima de algo más serio. Mis dos atacantes, entretanto, habían rebasado la tapia y volvían a tironear de mis enclenques piernas. En esta indecorosa forma llegué junto al coche, cuya portezuela trasera alguien abrió desde dentro y a cuyo suelo fui arrojado al tiempo que una voz no del todo por mí desconocida ordenaba