Abrí los ojos y me encontré solo en la cama. Antes de que pudiera reaccionar y alarmarme, entró en el cuarto la Emilia envuelta en una toalla. Me sonrió y dijo: --No sigas tratando de exculparte: lo he hecho porque me gustan tus pantorrillas. --¿De dónde vienes? --A medio decir incoherencias te has quedado frito, así que me he ido a duchar. Miré asustado el reloj del camarero manco que aún llevaba puesto: eran las