me una vecina que trabajaba en el Gran Teatro del Liceo, no como cantante, como ella a veces dejaba entender para darse ínfulas, sino recogiendo después de cada representación los residuos corporales que algunos melómanos, en su embebecimiento, olvidaban retener, encontró en uno de los palcos unos gemelos de montura de nácar, los trajo a casa, antes de malvendérselos, una noche clara de verano para que pudiésemos observar el cosmos de más cerca. Recuerdo que al llegar mi turno