ledijo el bravo historiador. --Y yo también --dijo la Emilia. Volvimos a pelearnos y acabamos yendo los tres, no sin antes haber convenido en que la Emilia esperaría fuera en el coche para facilitar la huida, si procedía, por más que alegase ella ser injusto que, como mujer, siempre le tocara quedarse en el coche, respirando hidratos de carbono y otra nociva emanación, mientras los hombres gozábamos del elemento épico, a lo que respondimos