permitir que lloren unos ojos tan azules", dijo señalandole la anhelada puerta. Por un momento, las mujeres en la sala de espera parecieron salir de su letargo pero muy pronto volvieron a la postura impasible y desganada que las asentaba en las butacas. Allá ellas. Algún día, Mónica las sacudiría, las tomaría de los hombros, chúpense ésa, sí, ella, sí, sí, ella la jovencita primeriza, la del baño diario y las tres hileras