más de seiscientos metros. Ya el maitre hacía girar la silla y extendía un plaid escocés sobre las piernas de Alex. No lo puso del lado de los cuadros, sino del negro. Nadie me preguntó si tenía frío, si deseaba ir a mis habitaciones a recoger algo con que cubrirme, nada, en el fondo la atención verdadera no existía ya en el castillo; ¿habría existido alguna vez o eran sólo las formas, el frágil envoltorio de las buenas maneras