ratas y cucarachas que deben de pulular por este antro, fui asaltado y golpeado y el resto ya lo saben. El comisario apagó la colilla del puro en la estera, el chino se deshizo en disculpas y yo me puse a meditar sobre lo que acababa de oír. Concluido este breve entreacto me atreví a preguntarle al comisario si por un casual había dispuesto él un registro en casa de la Emilia. --¿Un registro? --dijo él aparentemente sorprendido--.