Entraron al cuarto de la sirvienta. Rosa, vestida, yacía sobre el colchón, el rostro pálido, la respiración entrecortada; en la cama, ni una sábana, ni un sarape, nada. El puro colchón. --Rosa. Rosa no contestó. Al poner su mano sobre el hombro de la muchacha, Mónica pensó que ésta respondería, pero continuó inmóvil. Lo único que se agitó fue el tablero de las campanillas enorme que colgaba de la pared. "Este