--Ahora, vamos a cenar. Ante mi falta de reacción, ordenó como si concediera una gracia suprema. --Puedes empujar mi silla. Miré su espalda tiesa y altanera. Alguien lo había peinado emplastándole el pelo por partes, de modo que, en otras, se veía su cuero cabelludo, terriblemente rosado y desnudo. Además, sobre el cuello del traje azul oscuro brillaban tres minúsculos copos de caspa. "Pobre Alex, antes siempre tan pulcro." "