-¿Ya? -El profesor no necesita más. Como le vimos bien en noviembre... Estas cosas no van tan de prisa, señor Roncone -sonríe el joven ayudante. «O sí», piensa el viejo mientras se viste, tocando su bolsita al cuello. «Si no, ¿para qué me miran? ¡ Y aquel cabrón sin hincar el pico, Madonna mía! » Ahora no le conducen al gran despacho, sino a uno pequeño, con una