indignación ante la intromisión materna... Pero en aquel momento la madre le pedía el plato con la mano alzada, perentoria y temblorosa de ira todavía. «No importa --se dijo David--, no importa. Hay otras formas de vengarse.» Y ofreció el plato a la madre, que lo llenó hasta los bordes de deliciosos puerros en vinagreta, tiernos, jugosos, blancos, como a él le gustaban. CAPITULO SEGUNDO I Nueva York, junio 1961 Querido David