armonía musical, nos fue poniendo en comunicación mediante levísimas señales. Pronto hubo algunas palabras gratuitas y sonreímos abiertamente al oír los avisos de reconvención de las personas que nos acompañaban en la sala, las invitaciones al silencio, que en seguida utilizamos como excusa para salir y continuar afuera nuestra conversación. Volví a pensar en los muchos tesoros que albergaba aquel edificio. Por cifrarlos en uno solo, recordó la edición de Virgilio que había pertenecido a Petrarca, anotada por el poeta y