su intento de templanza, apenas conseguida con el café. Casi de un salto se levantó, cogió un vaso y lo llenó de Chivas «doce años» sin pedir permiso, sin disculparse, sin la educada cadencia que había utilizado hasta ese instante cada vez que decía: ¿Puedo tomar una copa? Genoveva había vuelto a su silencio. Se miraba las manos, inmóviles sobre el regazo, desnudas de anillos: «Ya ni alianza --había observado Julián--;