después miraba la cortina y, por un segundo no lograba distinguir sus pliegues. Sólo veía una cosa ancha y clara, ni siquiera una cortina. Volvía a mirar la bombilla y el libro que había sobre la mesilla ya no se titulaba La isla del tesoro sino La il 'elt 'oso o as'il e'tero, qué divertido. «Qué tal veré ahora a Tintín y a Milú», se dijo. A lo mejor conseguía ver al capitán Haddock sin barba y con