a la puerta, era con toda certeza la de la secretaria, pues los cajones encerraban papel de carta con el membrete de la agencia, sobres, sellos, libretas de taquigrafía, lapiceros mordisqueados y una novela muy manoseada que se titulaba Esclava del visir. La otra mesa, que por ser ligeramente más grande y estar colocada cerca del balcón tenía que ser la del jefe, me deparó un hallazgo mucho más provechoso, a saber, un álbum de fotos en cuyas tapas