descendía de un cielo tapado por los árboles. Había cesado el lamento agridulce de la pareja que cantaba. Ella reía ya en brazos de otro hombre, y él se acercó a mí para decirme si en París, verdaderamente, sucedía que las costumbres eran tan libres, y trató de descubrir si yo misma estaría dispuesta a demostrarle cómo, de qué manera se amaba en Francia. En ese instante la mujer vino hacia nosotros completamente borracha y empezó a insultarle,