. Apenas un metro de penumbra le separaba de la acera. Tuvo miedo, un miedo glacial y constante. En la confusión de su mente y el enturbiamiento de sus emociones le sorprendió una interrogación fría, casi ajena: qué hubiera sucedido en el caso de haber aflojado las manos a tiempo, qué habría hecho ella. La oscura madrugada cubría los pasos ciegos del hombre a través de las calles desiertas; no sabiendo a dónde ir estuvo dando vueltas por las aceras de un