Todo sucedió dentro de un remolino febril como en las novelas de misterio. Llegó el médico de la familia; llevaba en la boca un cigarro apagado que escupió a poca distancia de Rosa. Sus ojos beige miraban hostilmente a la criada, sus ojeras rosadas, casi fosilizadas acentuaban el desprecio en su rostro. Exploró el contenido del envoltorio para exclamar con frialdad: --¡Este niño vive! Un borbotón de lágrimas se anudó en la garganta de Mónica y el apretado nudo se