solicitud para con aquella estantigua y tan poca deferencia para conmigo. Atravesamos el lóbrego vestíbulo sin que la portera, absorta en sus quehaceres, a juzgar por las fumaradas de fritanga que emanaban de su cubículo, nos diera el alto y subimos a pie al último piso. Llamamos a la puerta y esperamos un tiempo prudencial, transcurrido el cual abrí con la ganzúa. La vivienda era minúscula y nos sobró un segundo para cerciorarnos de su vacuidad. Una de las ventanas estaba