semeseme por un mismo resorte misterioso, nos pusimos a cantar "Yo tenía un camarada". El Caudillo irguió su espalda de coloso y unió su voz a nuestro coro, Pebrotines, coño, ¿no ve que estoy llorando? ¡Sueneme, que me cuelga la moca!, unió, digo, su voz a las nuestras, débil ya, cansada de mandar, y una sacudida nos recorrió el espinazo; y repetimos la tonada dos, tres