argumentos que esgrimir, por lo que decidí acatar su voluntad y reanudar mis pesquisas por mi cuenta. Le di las gracias por el espléndido desayuno con que me había obsequiado y emprendí una discreta retirada. Ya había llegado al recibidor cuando sonó perentorio el teléfono. La Emilia dio un respingo y dirigió miradas amedrentadas y dubitativas ora al aparato ora a mi persona. --¿Qué pasa? --pregunté. --Nada. Que me han puesto el teléfono hace sólo un par de