Pero ya ella se lleva al niño gimiendo, repitiendole las tablas de la ley pediátrica. Si el viejo no tuviera ya su plan establecido se hubiera abalanzado sobre ella. Pero en toda guerra suena la hora de refrenarse, como suena la hora de atacar. Permanece en su cuarto, hirviéndole la sangre, mientras oye cerrar con pestillo la puerta de la alcobita. Así, cuarenta años atrás, rechinó la llave que a él le encerraba en la Gestapo de Rímini