dar su nombre, le registran en vano la cartera. Por desgracia, el viejo no tiene paciencia para mantener el papel de tonto, porque ese pretencioso sargento interrogador acaba exasperándole. -No me engañas, traidor fascista... -le suelta, al fin-. Sí, traidor, aunque lleves uniforme italiano... Anda, informa a tu amo, el tedesco escondido ahí dentro. ¡ Que salga! ¡ Ni en la Gestapo me haréis confesar nada! Evidentemente, piensa