lelelo, a su vez, con armas que más tarde resultarían ser de juguete; pues bien, al aparecer aquel joyero en la puerta de su casa para montarse en el coche de la policía, cuya presencia él mismo había solicitado, fue saludado por el aplauso ferviente y clamoroso de la multitud que entre tanto se había aglomerado. Nada osaré decir del homicida, para quien el recuerdo del suceso tal vez constituya un tormento perdurable, pero el espeluznante aplauso de
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