nadie --manifesté. --Llaman desde la calle --dijo ella. --Entonces no deben de ser los asesinos, porque no creo que cometan el error de anunciar su visita --dije yo. Y como sea que un peligro incierto sobrecoge más que uno real y que no hay ruido más inarmónico que un timbrazo, opté por responder a la llamada y, a tal efecto, pulsé un botón que había a mi derecha, pegué los labios a la rejilla del micrófono,