antes le había hablado de Narciso, ni de Orfeo, ni de Linvingstone, Tiresias o Sansón Aguirre, el marinero cuyos ronquidos producían maremotos. El abuelo no tenía los ojos tristes ni terribles, los tenía dulces cuando llegaba y se sentaba al borde de la cama. A Miguel le gustaba mirarse en ellos mientras escuchaba aquellas historias de héroes generosos y rufianes enamorados. Cuando el abuelo le daba las buenas noches, le acariciaba un instante la mejilla y, en una
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SENTARI.1 - Colocar(se) apoyado en algún sitio descansando sobre las nalgas