. Puede que hubiera adivinado la lucha y la pesadumbre que significaban para Julián hablar de todo aquello. Y le daba tiempo: esperaba el efecto apaciguador de la copa reclamada con ansiedad. Julián paladeaba el coñac. Hacía años que no bebía un Armagnac. Miró la botella que Genoveva había dejado cerca de la copa. En la casa de Ibiza, en la casa cuyo litigio comenzaba, David había entronizado una botella de Armagnac. No era una botella vulgar. Era una especie