cuando emergimos del siniestro teatrillo entre cuyas bambalinas dejé varadas mis infamantes ensoñaciones. El aire relativamente puro y los ruidos de la ciudad me reintegraron en parte al magro balance de mis energías. En una fuente pública me remojé la cabeza y bebí hasta saciar la sed que el somnífero me había dejado. --Ya estoy bien --dije. --Que te crees tú eso --me contradijo la Emilia--. Siéntate en el bordillo y espera a que traiga el coche. Te