a empequeñecerse ante la presencia de la muchacha, quien en su desmesura, en el descaro con que hacía uso de su libertad, se asemejaba a una reina, incapaz de soportar orden alguna. Su mirada, lenta y densa, poseía la virtud de confundir a quien se le enfrentara. Tanto su quietud como sus movimientos emanaban una profunda gravedad. Revoloteaba entre nosotros pesada y poderosa como un águila. Sólo hablaba con Santiago; se les veía juntos a cada instante. El