mano derecha; quizás algunas astillas hubieran penetrado bajo la piel. Las astillas le producían dentera, como aquellas tan largas y afiladas que se amontonaban junto al tocón de la leña en la cuadra donde el viejo babeaba, y que él bajaba a observar, tarde tras tarde al despertar de la siesta, con fascinación, aferrandose al bocadillo de pan y chocolate. Miraba inexpresivamente y masticaba; el viejo se percataba removiendose, tratando de ocultar su gesto. El niño giraba