ilustrada, de racionalización, por lo menos desde que el cristianismo (habiendo proscrito definitivamente todo viejo irenismo y dispersado hasta la sombra de la sombra del polvo de los huesos de Donato y Tertuliano tras las vergonzosas capitulaciones de Nicea) la admite y la somete a consideración moral. Pero una moral pacífica a pesar de todo y siquiera de nombre, como la cristiana, si quiere justificar la guerra, no tiene más remedio que poner esa justificación fuera de la guerra misma, o